martes, 1 de noviembre de 2011

Los orígenes según los maoríes (Nueva Zelanda)


En la época de la creación, la diosa Tierra, Papa, y su marido Rangi, el dios Cielo, estaban tan enamorados que se abrazaban y no se separaban el uno del otro. Por esta razón, la tierra y el cielo estaban siempre juntos y unidos sólidamente, de forma que la luz no podía entrar en el mundo. Papa parió varios niños, pero éstos quedaron atascados entre sus padres y no podían escapar. Al final, los niños decidieron que tenían que salir de allí. Uno de ellos, Tane, sugirió obligar a sus padres a separarse. Todos los niños estuvieron de acuerdo en que esa era una buena idea. Entonces, uno a uno, trataron, sin éxito, de empujar a sus padres para separarlos. Finalmente, lo intentó Tane. Se dobló sobre sí mismo todo lo que pudo y se metió entre sus padres. Con sus pies apoyados en Rangi y sus hombros apoyados en Papa, empujó. Empujó durante horas, empujó durante días, empujó durante semanas y durante años y años. Y muy, muy lentamente, consiguió ir desdoblando su cuerpo, ir poniéndose derecho, y, al final, separar a sus padres. La luz entonces entró en el mundo y, por primera vez desde que el mundo fue creado, las plantas empezaron a crecer. Pero Rangi y Papa estaban tan tristes por estar separados que lloraban y lloraban. Las lágrimas de Rangi se transformaron en ríos, y los ríos al final dieron lugar al mar. Papa y Rangi lloraban tanto que, al final, hubo peligro de que el mundo entero fuera inundado. Había que hacer algo: uno de los hijos dio la vuelta a Papa, de forma que Rangi no podía ver su cara. Así, él dejó de llorar tanto. Sin embargo, todavía puedes ver sus lágrimas cada mañana: son la gotas de rocío que permanecen en la hierba. Y las nieblas y vapores que se elevan desde el suelo, son los suspiros de Papa. Los orígenes según los aborígenes australianos Al principio la Tierra era una llanura desnuda. Todo estaba oscuro. No había vida, ni muerte. El sol, la luna, y las estrellas dormían debajo de la tierra. También dormían allí todos nuestros antepasados, hasta que, finalmente, se despertaron y salieron de su estado, rompiendo la superficie bajo la que se encontraban. Cuando estos antepasados se despertaron, vagaron por la Tierra, a veces adoptando una forma animal (como canguros, emúes o lagartos), otras veces adoptando una forma humana, y otras veces en forma medio humana y medio animal, o mitad humana y mitad planta. Los Ungambikula eran dos de estos seres, creados así mismos a partir de la nada. Mientras vagaban por la tierra, los Ungambikula encontraron a unos humanos a medio hacer: estaban hechos de plantas o animales, pero eran bultos sin forma. Eran formas vagas y sin terminar, sin miembros ni rasgos distintivos. Se encontraban encogidas, formando una especie de bolas. Con sus grandes cuchillos de piedra, los Ungambikula esculpieron esos bultos informes, tallando las cabezas, cuerpos, piernas y brazos. Tallaron las caras, y las manos y los pies. Y, al final, los seres humanos fueron acabados. Es por esto que cada hombre y cada mujer debe ser fiel a la planta o al animal del fue creado (como el ciruelo, las semillas de hierba, los lagartos grandes y pequeños, el periquito o la rata). Una vez hecho este trabajo, nuestros antepasados volvieron a dormirse. Algunos de ellos volvieron a sus casas bajo la superficie de la tierra, otros se transformaron en rocas y en árboles. Los caminos por los que vagaron, son caminos sagrados. Y en todos los sitios donde estuvieron dejaron señales sagradas de su presencia: una roca, una cascada, un árbol.

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