martes, 1 de noviembre de 2011

La creación según los mesopotámicos


El universo apareció por primera vez cuando Nammu, un abismo sin forma, se abrió a sí mismo y en un acto de auto-procreación dio nacimiento a An (dios del cielo), y a Ki (diosa de la Tierra), referidos comúnmente como Ninhursag.
La unión de An y Ki produjo a Enlil, el señor del viento, quien eventualmente se convirtió en el líder de los dioses. Después del destierro de Enlil de Dilmun (el hogar de los dioses) debido a la violación de Ninlil tenían un niño, Sin (dios de la Luna), también conocido como Nannar.
Sin y Ningal dieron a luz a Inanna (diosa del amor y de la guerra) y a Utu o Shamash (dios del Sol). Durante el destierro de Enlil, él engendró tres deidades del inframundo junto con Ninlil, el más notable de ellos fue Nergal.
Nammu también dio a luz a Enki o Abzu, dios del abismo acuático. Enki también controló el Me, los decretos sagrados que gobernaron las cosas básicas tales como la física y las cosas complejas tales como el orden y leyes sociales. Esto considera el origen de la mayoría del mundo.
Cierto mito mesopotámico afirma que el hombre creció de la tierra como una planta.



Los orígenes según los maoríes (Nueva Zelanda)


En la época de la creación, la diosa Tierra, Papa, y su marido Rangi, el dios Cielo, estaban tan enamorados que se abrazaban y no se separaban el uno del otro. Por esta razón, la tierra y el cielo estaban siempre juntos y unidos sólidamente, de forma que la luz no podía entrar en el mundo. Papa parió varios niños, pero éstos quedaron atascados entre sus padres y no podían escapar. Al final, los niños decidieron que tenían que salir de allí. Uno de ellos, Tane, sugirió obligar a sus padres a separarse. Todos los niños estuvieron de acuerdo en que esa era una buena idea. Entonces, uno a uno, trataron, sin éxito, de empujar a sus padres para separarlos. Finalmente, lo intentó Tane. Se dobló sobre sí mismo todo lo que pudo y se metió entre sus padres. Con sus pies apoyados en Rangi y sus hombros apoyados en Papa, empujó. Empujó durante horas, empujó durante días, empujó durante semanas y durante años y años. Y muy, muy lentamente, consiguió ir desdoblando su cuerpo, ir poniéndose derecho, y, al final, separar a sus padres. La luz entonces entró en el mundo y, por primera vez desde que el mundo fue creado, las plantas empezaron a crecer. Pero Rangi y Papa estaban tan tristes por estar separados que lloraban y lloraban. Las lágrimas de Rangi se transformaron en ríos, y los ríos al final dieron lugar al mar. Papa y Rangi lloraban tanto que, al final, hubo peligro de que el mundo entero fuera inundado. Había que hacer algo: uno de los hijos dio la vuelta a Papa, de forma que Rangi no podía ver su cara. Así, él dejó de llorar tanto. Sin embargo, todavía puedes ver sus lágrimas cada mañana: son la gotas de rocío que permanecen en la hierba. Y las nieblas y vapores que se elevan desde el suelo, son los suspiros de Papa. Los orígenes según los aborígenes australianos Al principio la Tierra era una llanura desnuda. Todo estaba oscuro. No había vida, ni muerte. El sol, la luna, y las estrellas dormían debajo de la tierra. También dormían allí todos nuestros antepasados, hasta que, finalmente, se despertaron y salieron de su estado, rompiendo la superficie bajo la que se encontraban. Cuando estos antepasados se despertaron, vagaron por la Tierra, a veces adoptando una forma animal (como canguros, emúes o lagartos), otras veces adoptando una forma humana, y otras veces en forma medio humana y medio animal, o mitad humana y mitad planta. Los Ungambikula eran dos de estos seres, creados así mismos a partir de la nada. Mientras vagaban por la tierra, los Ungambikula encontraron a unos humanos a medio hacer: estaban hechos de plantas o animales, pero eran bultos sin forma. Eran formas vagas y sin terminar, sin miembros ni rasgos distintivos. Se encontraban encogidas, formando una especie de bolas. Con sus grandes cuchillos de piedra, los Ungambikula esculpieron esos bultos informes, tallando las cabezas, cuerpos, piernas y brazos. Tallaron las caras, y las manos y los pies. Y, al final, los seres humanos fueron acabados. Es por esto que cada hombre y cada mujer debe ser fiel a la planta o al animal del fue creado (como el ciruelo, las semillas de hierba, los lagartos grandes y pequeños, el periquito o la rata). Una vez hecho este trabajo, nuestros antepasados volvieron a dormirse. Algunos de ellos volvieron a sus casas bajo la superficie de la tierra, otros se transformaron en rocas y en árboles. Los caminos por los que vagaron, son caminos sagrados. Y en todos los sitios donde estuvieron dejaron señales sagradas de su presencia: una roca, una cascada, un árbol.

Los orígenes según los aztecas (Centroamérica)


Al principio existía la Pareja Divina, el señor de la luz del centro y la señora del cielo nocturno. La Pareja Divina, creó a cuatro dioses que dieron lugar al fuego, al calendario, al mar, a los cielos y la tierra. Finalmente, los dioses creadores, por medio de la palabra, hicieron emerger la tierra y los seres que la habitaban: árboles, plantas y animales. Los animales fueron interrogados por los dioses para saber si podían reconocerlos y venerarlos, pero no fueron conscientes ni supieron hablar. Entonces los dioses formaron, en sucesivas etapas o edades cósmicas, hombres de barro y de madera, que no respondieron a sus deseos. Los de barro fueron destruidos por un diluvio de agua y los de madera se transformaron en monos, que vivieron en su mundo hasta la llegada de un diluvio de resina ardiente que les hizo desaparecer. Finalmente, los creadores encontraron la materia sagrada: el maíz, que mezclado con sangre de serpiente y de tapir, dio como resultado al hombre requerido: un hombre consciente de los dioses y de sí mismo, como sustentador de ellos. Continuador de los dioses por llevar en su propia constitución física los elementos sagrados: maíz y sangre de los dioses, que le dieron la conciencia. El hombre es el ser creado con la misión de sustentar y venerar a los dioses, y el mundo es su habitación. Sin el hombre los dioses perecen y sin los dioses, el universo entero muere.

Los orígenes según los jibaros (Amazonas)


La tierra, al principio, estaba desnuda y fría. Yus, el dios creador, pensó en vestir la tierra seca con árboles gigantes y pequeñas plantas. Entre las ramas el viento silbaba, lo que recordó a Yus que necesitaba poblar su creación con pequeños animales que silbaran como el viento. Creó así a pequeños animales, como las moscas y otros insectos, serpientes que también silbaban y los pájaros. Junto a ellos colocó pequeños animales que saltaban de rama en rama, muertos de sed. Entonces se dio cuenta de que éstos no tenían agua, por lo que tomó un jarro de oro y derramó el líquido sobre las copas de los árboles, formándose entre ellos primero manantiales y después enormes ríos, poblándose de inmediato de innumerables peces. Miró entonces al cielo y, lanzando su pañuelo a las alturas, cubrió el cielo apareciendo entonces el sol, la luna y las estrellas. Pero Yus no estaba satisfecho con su creación, ya que sus criaturas eran demasiado simples para comprender la grandeza de su obra, por lo que tomó un puñado de barro y modeló una figura de hombre. Luego subió a un gran volcán y sobre su cráter se coció el hombre. Yus dio un soplo sobre la figura para enfriar el cuerpo, dándole así la vida e inteligencia para que se extendiera por la tierra.

Los orígenes según los cheyennes (Norte de América)


Al principio no había nada. Todo estaba vacío y Maheo, el Gran Espíritu, se sentía desolado. Miró a su alrededor pero no había nada que ver. Trató de oír, pero nada había que escuchar. Finalmente, Maheo pensó que su Poder podía tener alguna aplicación productiva y concreta. Creando una amplísima extensión de agua, como un lago, pero salada, comprendió el Gran Espíritu que partiendo del agua podría existir la vida. Después pensó que deberían existir seres que viviesen en las aguas. Primero hizo los peces que nadaban en las oscuras aguas, luego las almejas y los caracoles, que vivían en la arena y en el fondo del lago. Posteriormente fueron apareciendo los gansos, los ánades, los charranes, las focas, y las cercetas, que vivían y nadaban en los alrededores del lago. En la oscuridad, Maheo, podía escuchar el chapoteo de sus patas y el batir de sus alas pero quería verlas. Y una vez más los hechos se produjeron de acuerdo a sus deseos. La luz comenzó a brotar y a esparcirse, primero blanca y clareando en el Este, posteriormente dorada e intensa cuando hubo llegado al centro del cielo, extendiéndose al final hasta el último punto del horizonte. Entonces la gansa se dirigió chapoteando hacia donde se encontraba Maheo, y le dijo: “Óyeme, Maheo. El lago que has hecho, en el que moramos, es bueno. Pero comprende que los pájaros no somos peces, a veces nos fatigamos de tanto nadar y nos sentiríamos muy felices de poder reposar fuera del agua”. Entonces Maheo dijo que volasen y todos los pájaros del agua aletearon agitadamente sobre la superficie acuática hasta que obtuvieron la suficiente velocidad como para remontar el vuelo. Sin embargo, el somormujo, dirigiéndose a Maheo le pidió un lugar firme y seco donde caminar cuando estuvieran cansados de nadar y volar. Así será, respondió Maheo, pero necesito vuestra colaboración. Necesito que los animales más rápidos y de mayor tamaño encuentren tierra. Lo intentaron la gansa, el somormujo y el ánade, pero no lo consiguieron. Finalmente vino la pequeña foca, y pidió a Maheo intentarlo, a pesar de no saber volar ni nadar tan bien como sus hermanos. La foca tardó mucho tiempo en ascender de nuevo a la superficie del agua y cuando lo hizo, de su boca cayó una pequeña bola de lodo que el Gran Espíritu recogió entre sus manos. Maheo dio las gracias a la foca y le dijo que por su acción, sería protegida para siempre. Maheo hizo rodar la bola de lodo entre las palmas de las manos hasta que la misma se hizo tan grande que ya no le fue posible sostenerla. Buscó entonces por los alrededores con la mirada un sitio donde ponerla, pero no había más que agua y aire. Pidió entonces ayuda de nuevo a los animales pues necesitaba la espalda de uno de ellos para poder sostener la bola de lodo. Así que Maheo pidió ayuda a la Abuela Tortuga y apiló sobre su redonda espalda una buena cantidad de lodo hasta formar una colina. Bajo las manos del Gran Espíritu, la colina fue creciendo, extendiéndose mientras la Abuela Tortuga desaparecía de la vista. Por esto la Abuela Tortuga y todos sus descendientes caminan muy lentos, pues cargan en sus espaldas todo el peso del mundo y los seres que lo habitan. Ahora ya había agua y también tierra, pero esta era estéril. Entonces Maheo dijo que la Abuela Tierra era como una mujer y, en consecuencia, debería ser productiva. Al pronunciar Maheo estas palabras, los árboles y las hierbas brotaron, convirtiéndose en el cabello de la Abuela y las flores se transformaron en brillantes adornos. Los pájaros se posaron a descansar en las manos de la Abuela, a cuyos lados se acercaron también los peces. Mirando a la mujer Tierra, Maheo pensó que era muy hermosa, la más hermosa de las cosas que nunca había hecho. Pero no debería estar sola, pensó. Démosle una parte de mí, y así podrá saber que estoy cerca de ella y la amo. Entonces Maheo metió la mano en su costado derecho y sacó una de sus costillas y la colocó dulcemente en el seno de la Tierra. La costilla se movió, se puso en pie y caminó. Había nacido el primer hombre. Pero Maheo sabía que el hombre estaba solo en la Abuela Tierra y que eso no era bueno. Así, utilizando una de sus cosillas derecha formó una hembra, que puso al lado del hombre. Entonces sobre la Abuela Tierra hubo dos seres humanos: sus hijos y los de Maheo. Todos eran felices, y el Gran Espíritu era feliz mirándolos. Un año más tarde, en la época primaveral, nació el primer niño. Y a medida que transcurrió el tiempo vinieron otros pequeños seres que, siguiendo su camino, fundaron las diferentes tribus. Luego Maheo vio que su pueblo tenía ciertas necesidades Así que con su Poder creó animales que alimentasen y protegieran al hombre.

Los orígenes según los vikingos


Al principio, érase el Frío y el Calor. El frío era Nilfheim, un mundo de oscuridad, frío y niebla. El calor era Muspell, el mundo del eterno calor. Entre estos dos mundos existía un gran vacío con el nombre de Ginnungagup. En Ginnungagup surgió la vida al encontrarse el hielo de Niflheim y el fuego de Muspell. De este encuentro entre el frío y el calor nacieron primero el ogro Ymer, el dios del hielo y después la vaca llamada Audumbla. Ymer se alimentaba de la leche de Audumbla pues en el abismo no existía alimento alguno. Del sudor de Ymer nació una pareja de gigantes, los llamados gigantes de hielo o yotes y de sus pies un hijo. Audumbla, también hambrienta lamió un bloque de hielo, y al fundirlo con su lengua surgió el primer hombre, Bure, enterrado desde épocas antiguas en los hielos perpetuos. El hijo de Bure se casó con la hija de un yote, y juntos tuvieron tres hijos: Odin, Vile y Ve que representan el espíritu, la voluntad y lo sagrado. Odin y sus hermanos mataron a Ymer y trasladaron su cuerpo al abismo para construir a partir de él un mundo habitable. Con la piel de Ymer crearon la tierra a la que llamaron Midgård. De su sangre surgió el mar, de sus huesos las montañas, de sus dientes los acantilados, de su pelo los bosques, de su cerebro las nubes y de sus cejas un muro alrededor del inhabitable exterior. Los dioses, con el cráneo de Ymer, crearon el cielo y para que no se derrumbara sobre todo lo demás creado, lo mandaron sostener por cuatro enanos. Estos se llamaban Nordri, Surdri, Westri y Austri y hoy se les conoce como puntos cardinales. Los dioses, mientras terminaban la tarea de crear Midgård, observaron que la piel de Ymer comenzaba a arrugarse y que de ella surgían pequeños gusanos. Los dioses pensaron que sería una oportunidad para crear a partir de ellos, los pueblos que habitarían el nuevo mundo y les otorgaron la inteligencia. Los hombres actuales, procedemos de estos seres primeros, pero nuestra capacidad para pensar es mucho más reducida

Los orígenes según los húngaros



Al principio no había tierra, ni animales ni plantas. Al principio sólo existía el Mar Sagrado, con sus eternas olas siempre en movimiento. Pero en las alturas, en una casa dorada, y sentado siempre en su trono de oro, vivía también el Gran Padre de los Cielos. El anciano, de barbas y cabellos blancos, cubierto con unas vestiduras negras recubiertas de miles de estrellas centelleantes, tenía siempre a su lado a su mujer, la Gran Madre Celestial, que se vestía con blancas vestiduras que también quedaban cubiertas por miles de estrellas. El Padre y la Madre Celestiales habían vivido desde el principio de los tiempos, y vivirían hasta el final de los mismos. Los padres celestiales tenían un hijo de cabellos dorados: el Dios Sol. Y fue éste el que un día le preguntó a su Padre:
- ¿Cuándo crearemos el mundo de los humanos, mi querido padre?
A lo que el padre, después de mucho pensar, respondió:
- Mi querido hijo, tienes razón. Creemos un mundo para los humanos y así ellos, que serán tus hijos, tendrán un lugar en el que vivir. - ¿Y cómo crearemos ese mundo?- preguntó de nuevo el Hijo. - Así es como lo haremos- respondió el Padre- En las profundidades del Mar Eterno, se encuentran las semillas durmientes que darán lugar al mundo. Desciende, por tanto, a las profundidades del gran mar y trae esas semillas, y así, podremos crear un mundo de ellas. El Hijo se preparó entonces para la misión que le había encomendado su Padre y, para poder cumplir mejor sus objetivos, se transformó en un pájaro dorado, un pájaro capaz de bucear. Y así, en forma de pájaro, voló hacia el Mar Eterno. Al llegar a la superficie del mar, se dejó mecer por las olas durante y un rato y, entonces, se sumergió y buceó hacia las profundidades del Azul, buscando su fondo. Pero se vio incapaz de alcanzarlo y, sin respiración, se vio obligado a volver a la superficie a tomar aire. Allí, descansó un rato, y, cuando hubo cobrado fuerzas de nuevo, cogió aire profundamente y se sumergió de nuevo en las azules profundidades. Y buceó más profundo, hasta donde ya no había luz, y siguió buceando en la oscuridad. Y el aire de sus pulmones se iba liberando lentamente, y las burbujas de aire que se elevaban en el agua eran como perlas que se rompían al llegar a la superficie del mar. Al final, golpeó el fondo del Mar y, tomando un poco de su arena con su pico, volvió con ella rápidamente a la superficie del agua. Y entre la arena que había cogido en el fondo del Mar Eterno, se encontraban las semillas durmientes. Y las semillas durmientes, una vez fuera del agua, se abrieron y crecieron, y se transformaron al fin en seres vivientes.